Soy un Inculto. No sé lo que es la Música Estocástica y cuando lo sé no me gusta.

Es así, lo reconozco: Soy un inculto. Uno se cree que sabe algo, pero... no... Hace unos días me regalaron dos invitaciones para ir al Auditorio Nacional (no diré de qué ciudad y obviaré los nombres de los músicos e intérpretes, para que nunca puedan sentirse ofendidos. Ellos y ellas no tienen la culpa de todo lo que voy a contar). En fin, me centro. Me regalaron dos entradas y el solo hecho de poder contemplar un espectáculo en el Auditorio se antojaba atractivo. Además, a mi chica esas cosas le gustan mucho. Desde luego, más que a mi. La cosa es que allá nos fuimos. Llegamos con el tiempo justo. Cosa habitual. Solemos llegar tarde a todos los sitios. Aunque nadie nos espere, nosotros llegamos los últimos. En este caso, quedaban quince minutos para que comenzara el espectáculo y aún estábamos en el coche intentando aparcar. Tras dejar el coche en el parking (ya estaba yo calculando cuánto dinero nos costaría la cosa) nos dirigimos a la taquilla en busca de las invitaciones. No las tenían allí. Había que dar la vuelta al magnífico edificio. Bien, con un poco de suerte, entrábamos cuando sonaran las primeras notas...

No sé cómo ocurre, pero siempre sucede. Cuando nos apalancamos en nuestros confortables asientos todavía quedan cuatro minutos para que comience el concierto. Esto, que me sucede habitualmente con mi chica, es para mi un misterio tan grande como La Última Cena de Da Vinci lo es para la Historia.

Del techo se deslizan lustrosas lámparas cónicas que alumbran la tribuna. Sobre un hilo, desde el mismo techo, cuelgan los micrófonos. En los asientos se acomoda el respetable público: señoras de pelo cano, gordos con gafas de pasta gruesa, delgados sin gafas, señoras y señores, jóvenes y "jóvenas" dispuestos a recibir una dosis cultural con la que engrandecer el alma. Mi chica y yo. Sale el director de la orquesta (supongo que queda bien definido así). Es francés. Muy francés. Habla como hablan en las pelis los franceses que los son. Y nos cuenta que el espectáculo que vamos a presenciar, cinco piezas en total, comenzará con Nuits, de Ianis Xenakis. El público aplaude y aquello se pone en marcha.
No puedo creer que eso que está sonando sea, tal y como indica el programa de mano, obra de uno de los "más importantes compositores de la música moderna". Pienso con ironía: entonces, lo que ponen en la radio: ¿no es moderno? Vale. Digamos que la música estocástica es lo que a mediados del siglo XX se llevaba. Se hacía. Era lo moderno. Ok. Y me pregunto: ¿dónde he estado yo todo este tiempo si cuando nací esto que escucho ya tenía más de un decenio?
Tanteo la cosa. Miro a mi alrededor y a mi chica. Estamos perplejos. Sí, no soy el único. Sobre el escenario hay cuatro saxofones y doce voces. La cuestión es que ni las voces suenan como te esperas y los saxos. En fin. ¿Qué cojones es eso? Indescriptible. No hay palabras. Ni es música, ni son voces. Escúchenlo y, luego, me cuentan. Sigo leyendo el programa de mano y, según el mismo, todo esto se trata de "fonemas sumerios, asirios, aqueos y otros". Y "representa el lamento de los prisioneros políticos de las dictaduras de Grecia, España y Portugal". Joder. Pues vaya lamento, pienso. Y pienso que menos mal que no le ha dado por interpretar el lamento de los presos de Stalin. Si lo hubiera hecho, no habíamos salido de la sala sin un serio ataque de otitis.
Acaba el primer acto. El director sale de escena y vuelve. La gente le aplaude.
-Si yo fuera el director estaría entrando y saliendo todo el tiempo para que me aplaudieran -le digo a mi chica. Ella sonríe. Bueno, no está todo perdido.
Acaba así el primer numerito. Contabilizo las primeras bajas. En cuanto alguien abandona la sala, otros se animan y se abren, en forma de paraguas, buscando mejor cobijo. Son listos, lo que nos espera es más de lo mismo.
No quiero aburrirles, pero es así. La cosa no funcionó. Toda esa música del siglo XX era una mierda. Mathew Rosenblum, Mauricio Kagel. En fin, todo lo que vino después. Me hizo plantearme la pregunta: ¿soy un inculto sino me gusta esto? Bufff. Que alguien me responda. Solo puedo decir que mientras escuchaba aquello observaba detenidamente a la única mujer que intrepretaba el saxo, y al principio podía parecer sugerente cómo sus labios se posaban en él. Pero eso solo duró un suspiro. El que exhaló ella en la sexta, en la séptima nota...